La jornada de ayer amaneció en la Vereda de los Playeros, donde, con el corazón lleno de fe y los ojos puestos en la Blanca Paloma, la Hermandad del Rocío de Lucena retomó su senda hacia Villamanrique de la Condesa. El sol avanzaba en lo alto cuando los peregrinos vivieron uno de los momentos más emotivaso del camino: el paso del río Quema. Allí, en ese cruce tan simbólico, los nuevos romeros recibieron el bautismo rociero, un rito cargado de emoción y gracia, que los unió de manera profunda a la devoción mariana.

Tras ese instante de recogimiento y celebración, la hermandad prosiguió su caminar por las arenas con el alma encendida, rumbo a Villamanrique de la Condesa. Al llegar, un numeroso grupo de fieles esperaba su llegada para contemplar la subida de los siete escalones que conducen hasta la puerta de la Iglesia Parroquial de la Asunción, donde les esperaba la primera filial del Rocío. Fue un recibimiento colmado de fervor, donde la Hermandad de Lucena correspondió con gratitud y emoción, elevando sus voces a través del coro, que interpretó sevillanas llenas de amor y devoción a la Virgen.

La jornada culminó con el descanso del cuerpo y la paz del alma en el polideportivo de Villamanrique, donde los peregrinos instalaron su acampada, cobijados bajo el manto de las estrellas y la protección de la Reina de las Marismas.

Gracias al testimonio gráfico de Pascual Ranchal, Rocío Serrano, Antonio Carmona y Juan Luna, podemos acercarnos a las vivencias y emociones del bendito camino que sigue su curso hacia la aldea del Rocío.

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