A las ocho de la tarde,
ríos de gente en Lucena,
que salen de todas partes,
van andando presurosos
por ver salir a la Madre.
Vienen del Puente San Juan,
Ballesteros, La Barrera,
del Barrio de Santiago,
de las Flores, de las Mesas,
Llano de las tinajerías,
Calle Ancha, los Mesones,
San Francisco, Mediabarba,
del Valle, calle las Torres,
todos van al mismo sitio,
todos al mismo lugar,
al mar van todos los ríos,
Plaza Nueva es nuestro mar,
allí un Ola Divina,
Con especial resplandor,
por encima de las aguas,
camina con tal candor,
que el corazón extasiado,
como la arena en la playa,
rendido está por su amor.
Y caminando hasta el cielo
en sus hombros la Señora,
como una novia en su boda,
van caminando altaneros,
son treinta y seis los santeros,
son treinta y seis lucentinos
altares bajo sus plantas,
plenos de fuerza y cariño
de amor, de fe, de esperanza.
Y al tomar la calle el Peso,
ilusión y sentimientos
allí no caven lamentos,
solo piropos y besos,
y acompañando a la Virgen
en olor de multitudes
se rompen los protocolos,
ya no existen compromisos,
solo Araceli y el pueblo
en bellísima armonía,
simbiosis de corazones,
que son razones de vida.
Y en el centro de la plaza,
llega el éxtasis final,
la Virgen mirando al pueblo
comienza andar hacia atrás
para meterse en su Templo.
La Plaza Nueva se apaga
y los cielos se enaltecen
al estallar por la nubes,
cientos, miles de cohetes.
Qué explosión de fantasía,
qué amalgama de colores,
qué sensaciones vividas,
qué derroche de pasiones,
esto es único en el Mundo,
ni Dios en el Firmamento
se podía imaginar
como la Virgen de “acá”
despierta tal sentimiento,
y es fácil de comprender,
si desde el mismo momento,
cuando vamos a nacer,
con ese primer lamento
la empezamos a querer.
Luis Burgos Morillo (Pregón de las Glorias de María Stma. de Araceli, 2012)
Foto: Paseillo