Finalizan las Fiestas Aracelitanas una vez clausurado el mes de mayo, su mes, el momento en el que todo se desborda hacia ella. Las gentes y el territorio de Lucena se rinden siempre ante la que es su patrona. Porque ella es la que tiene entre sus manos la fecundidad nutricia de este suelo, el agua de los arroyos que riegan sus cada vez mas ausentes huertas; los secretos que se esconden en la cueva del Ángel, y la maestría de una roña de habicholones bien preparada o la delicadeza de unas jugosas alegrías. 

Cuando le rezamos mientras sube a la sierra, sus labios contestan a nuestro corazón en la voz de los ruiseñores, de las currucas y Ias lavanderas que decoran la placidez de estos paisajes; en el silvo de las ramas de los olivos, de los cereales que se ondulan sobre las lomas. 

Sobre este piedemonte que enlaza la campiña más meridional con las estribaciones de la sierra, María Santísima de Araceli, se aleja de esta blanca villa que se derrama en mil calles rodeadas de un verde tan intenso como el de las perulas modeladas en el barro de la Camposana. Pueblo mariano como pocos, este municipio reparte sus amores entre un puñado de advocaciones entrañables, seculares, auténticas, como la de Jesús Nazareno, estremecedor como el toque del torralbo. Junto a ellas, la Virgen de Araceli se convierte en el bálsamo eficaz, en el refugio seguro y firme, como las piedras del castillo, que son el sólido corazón de la ciudad. 

María Santísima de Araceli llega al santuario como una Asunción gloriosa, con el aliento de todo un pueblo que no entiende de distinciones. En tame a ella se arraciman profesionales, tenderos, estudiantes, carpinteros, agricultores, trabajadores del frío, del metal, del turrón. Esta es su grandeza. En su camarín quedara a la espera de un domingo de abril, cuando se vuelva a iniciar este maravilloso ciclo festivo, que arrancará con la emoción de lo nuevo para repetir lo de siglos, porque esta devoción trasciende los tiempos y los espacios.

 

Pregón de las Glorias de María Stma. de Araceli 2009 de CABRERA JIMÉNEZ, J., cuyo texto que citamos aparece en Araceli nº156, 2010, pp. 85 y 86.


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