Muy de mañana, las Santas Mujeres van al huerto franciscano de José, con mirra, aloe, ungüento y un sudario limpio; mas, la cegadora luz de la mañana, ha inundado de aroma los sentidos.
Todo es un renacer de cenizas, como el Fénix, para volar más alto y llegar a la diestra de Dios, alfa y omega.
Es la luz, la Buena Nueva, ¡oh, gozo y alegría!, nuestro niño vestido de ángel blanco de primera comunión, ha aclamado a los cielos: No está aquí, ha resucitado, sólo queda el sepulcro del pecado y la muerte, ya no está ligado a envolturas que huelen a frío, a muerte, a tristeza y desamor.
¡Cristo vive!, ¡aleluya!. Es el misterio insondable de la Resurrección, la piedra angular de nuestra Fe, que también lo cubre todo con su blancura como novia de todos nosotros.
Hemos anunciado tu muerte, proclamemos tu resurrección, ven Señor Jesús. En esta mañana clara, los templos echan sus campanas al vuelo aclamando la Gloria de Dios.
Tras la noche, el Amanecer. Tras la muerte, la Vida. Tras el pecado, la Gracia. Acaba una Semana Santa de cruces, de sufrimientos y agonías, pero alegraos, no tengais miedo, porque Dios tiene la última palabra, ¡Cristo vive!

López Burgos, M.A., Pregón de Semana Santa de Lucena 1995, Agrupación de Cofradías, p. 89.

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