Virgen de la Soledad,
ventana de todas las penas
abierta de par en par
al viento de los olivos.

Soledad de cruz vacía,
y de sepulcro sellado.

Soledad de noche amarga,
y de estrellas de cristal
que le acuchillan el alma.

¡Qué ancha la calle Flores!
¡Cuánta amargura le cabe
entre varal y varal!

¡Qué estrecha la calle Ancha,
que no cabe entre sus muros
tan inmensa soledad!

Tiene que andarla despacio,
cuando quisiera llegar
en un vuelo de saeta.

Que una campana inquieta,
está rompiendo a cantar
un quiebro por alegrías
al viento del olivar:

Que no estás sola, María;
que Lucena está en la calle.
En esta noche tan larga
te hará un pañuelo de cantes,
para quedarse contigo
hasta las claras del día.
Hasta que el sello se rompa,
y un diluvio de campanas
pregone a las cuatro esquinas
que tu Hijo ya está vivo.
Abre al aire tu sonrisa,
que aunque en angustias de piedra
lo tuviste en tu regazo
como un árbol abatido,
ya se acabó tu agonía.
Los misterios dolorosos
son ya de Pascua Florida.
Ahora el árbol reverdece,
la luz busca mediodías,
y en la madura mañana
Lucena será un fiesta
que se irá hasta la ermita
donde Araceli te llamas,
para en fuego de fandangos
-"si te llamas Araceli
no llores ni tengas pena"-
pedirte seas su pastora,
que seas su norte y su guía,
el faro de sus tormentas,
el amor de sus amores
y la razón de su vida.

Sánchez González, F., Pregón de Semana Santa de Lucena 1992, Agrupación de Cofradías, pp. 31 y 32.

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